Todos, hasta los más organizados tenemos nuestro cajón, gabinete o caja llena de artículos que nos evocan sentimientos y memorias. Les damos un valor sentimental por diversas razones, ya sea porque van ligados a un evento de nuestra vida o porque son recordatorios  de alguno de esos momentos aunque no hayan estado presentes o sean producto de esos momentos como tal. Aquí es cuando comenzamos a acumular cosas, pues la vida nos va colmando de momentos todos los días, a todas horas. Esos momentos pueden ser muy gratos o por el contrario pueden ser momentos de dolor. Invariablemente el ser humano trata de materializar los momentos pasados por ello se aferra a los objetos, porque se siente bien tocando parte de esa historia; irónicamente no confía en su propia mente para atesorar y evocar dichos recuerdos.

Ya lo he dicho con anterioridad, las memorias van en nuestra cabeza y los objetos no son esas memorias, por mucho que puedan convertirse en el gatillo que dispara el recuerdo. No quiero decir con esto que no debemos guardas recuerdos físicos de los momentos y las personas, lo que digo es que debemos tener cautela para no abarrotarnos de cosas sin sentido, creyendo que estas son imprescindibles para cultivar la memoria de buenos momentos o a las personas que ya no están con nosotros por alguna razón.

Entonces, es importante definir el valor de las posesiones por lo que implican en cuanto a su valor sentimental. Si un objeto lo conservamos por ese mismo valor dándole un sitio de exhibición preponderante en nuestra casa u oficina, donde tengamos el compromiso diario de mantenerlo limpio, en las mejores condiciones y nos alimenta con gratitud, alegría y gozo, podemos considerar que ese objeto tiene valor sentimental y vale la pena conservarlos. Si los objetos que se supone guardamos bajo el pretexto del sentimentalismo terminan en una caja, perdidos en un armario, llenándose de polvo y quizás perdiendo su integridad, lo que estamos conservando no es de lastre sentimental, porque no le estamos proporcionando su valor y se lo negamos aventando la caja a un rincón.

Hay dos condiciones más para considerar un objeto como de valor sentimental. Una de ellas es que nuestros objetos nos den alegría más allá tristeza, porque no podemos amarrar nuestro bienestar mental a cosas que nos causan dolor y que nos amarran en un pasado penoso, este es el indicativo que debemos avanzar y desatar la soga que nos amarra al lastre. La otra condición es ser honestos en cuanto al poder de evocación de los objetos, especialmente cuando tenemos varios que decimos provocan el mismo efecto, ahí está el ejemplo de que debemos conservar solo lo que nos evoca no todos los accesorios que lo acompañan.

Ahora es el momento de tomar conciencia de todo eso que decimos tiene valor sentimental. ¿Lo tiene o solo es el pretexto que usamos para no botar aquello que nos duele? Es tiempo de seguir adelante y para una travesía como la vida es mejor viajar ligero.